Príncipe Durmiente de Arabia Saudita tras 20 años en coma deja una herencia millonaria

Al-Waleed bin Khaled bin Talal, miembro de la familia real saudita, falleció a los 36 años tras pasar dos décadas en coma

A los 15 años, mientras estudiaba en una academia militar en Londres, el príncipe Al-Waleed bin Khaled bin Talal sufrió un accidente automovilístico que le provocó una hemorragia cerebral masiva. Desde entonces, permaneció en estado vegetativo, conectado a soporte vital en la Ciudad Médica Rey Abdulaziz de Riad. Su padre, el príncipe Khaled bin Talal, se negó durante 20 años a desconectarlo, aferrado a la esperanza de un milagro divino.

La historia del “Príncipe Durmiente” se convirtió en símbolo de fe y resistencia para miles de personas. Cada 18 de abril, fecha de su nacimiento, redes sociales se llenaban de oraciones y mensajes de apoyo.

Aunque los médicos diagnosticaron muerte cerebral, su familia compartía videos donde se observaban leves movimientos, interpretados como señales de vida.

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Al-Waleed pertenecía a una de las ramas más influyentes de la familia real saudita. Era nieto del príncipe Talal bin Abdulaziz, conocido como el “Príncipe Rojo” por sus ideas reformistas, e hijo del príncipe Khaled bin Talal. Además, era sobrino del multimillonario Al-Waleed bin Talal, con inversiones en Citigroup, Apple y Twitter. Su herencia potencial, aunque nunca ejercida, se estimaba en cientos de millones de dólares.

El 19 de julio de 2025, su padre anunció su fallecimiento con un mensaje cargado de fe: “Con corazones creyentes en la voluntad y el decreto de Alá, y con profundo dolor y tristeza, lamentamos la pérdida de nuestro amado hijo”. El funeral se celebró en la Gran Mezquita Imam Turki bin Abdullah de Riad, con la presencia de autoridades, diplomáticos y miembros de la familia real.

La historia de Al-Waleed plantea preguntas profundas sobre los límites éticos del tratamiento médico prolongado, el papel de la religión en decisiones clínicas y el poder de la esperanza. En Arabia Saudita, su caso generó debates entre médicos, juristas y líderes religiosos, sin llegar a un consenso definitivo.

Hoy, el “Príncipe Durmiente” descansa en paz, pero su legado permanece. No por el dinero que nunca pudo administrar, sino por la fe inquebrantable de su familia y por haber sido, durante dos décadas, el rostro de una lucha silenciosa entre la vida, la ciencia y la espiritualidad.