Ante la tensión mundial, la situación del Estrecho de Ormuz ha cobrado gran importancia en los titulares de todo el mundo y las razones son muy fuertes
Ubicado entre Irán, Omán y los Emiratos Árabes Unidos, el estrecho de Ormuz es una delgada franja de agua que conecta el golfo Pérsico con el mar Arábigo. Más allá de su dimensión geográfica, este paso representa uno de los puntos más cruciales para el comercio global. Cada día, millones de barriles de petróleo y gas natural atraviesan sus estrechos canales, abasteciendo a mercados clave en Asia, Europa y América.
La reciente declaración del comandante Esmail Kowsari, de la Guardia Revolucionaria iraní, ha puesto nuevamente los ojos del mundo sobre esta ruta estratégica. Al mencionar que su cierre está siendo “considerado con firmeza”, no solo dejó entrever una postura de defensa nacional, sino también el enorme peso que tiene Ormuz como herramienta de presión internacional. El impacto de cualquier alteración en su funcionamiento sería inmediato.
Este estrecho no es simplemente una frontera natural: es el punto de tránsito de alrededor del 20% del crudo que se consume en el planeta. Su posible clausura desataría efectos en cadena sobre los precios energéticos, generando inestabilidad en bolsas de valores y alterando las rutas comerciales globales. Para países como Japón, India, China y Corea del Sur, altamente dependientes del suministro energético del golfo, el tema reviste una importancia crítica.
A pesar de ser considerado un paso marítimo internacional, el control práctico de Ormuz recae en buena medida en Irán. Sus capacidades tecnológicas, navales y de vigilancia permiten supervisar —y eventualmente restringir— el tráfico marítimo. Esto ha generado históricamente un equilibrio tenso en la región, en el que cada movimiento se calcula al milímetro por sus implicaciones económicas y diplomáticas.
Las dimensiones del estrecho también juegan un papel clave. Aunque su longitud es de aproximadamente 160 kilómetros, los canales navegables seguros apenas alcanzan tres kilómetros de ancho en cada sentido. Este cuello de botella convierte cualquier incidente técnico o político en un factor de riesgo global. Es por ello que potencias como Estados Unidos, Reino Unido y Francia mantienen presencia constante en la zona, asegurando la libre circulación de embarcaciones.

Desde un enfoque económico, lo que está en juego en Ormuz va más allá del petróleo. Se trata de un punto neurálgico del sistema logístico global. Si se cerrara, incluso por un breve período, se vería comprometido el suministro de gas natural licuado, productos derivados del petróleo y bienes que se transportan a través del Índico. Esto podría traducirse en inflación, interrupción de cadenas de suministro y tensiones diplomáticas sostenidas.
Ormuz es mucho más que un canal de agua: es un termómetro del equilibrio internacional. Su estabilidad garantiza el flujo energético hacia las grandes economías del mundo, y su vulnerabilidad refleja cuán interconectado y delicado es el sistema económico global. En tiempos de incertidumbre, este paso marítimo se convierte en un barómetro de la paz, la diplomacia y la estabilidad financiera internacional.